Un diamante es para siempre pues, a través de herencias y testamentos, los brillantes suelen ser bienes familiares que pasan de una generación a otra, pero sobre los que pocas veces se conoce el valor real que pueden llegar a tener en el mercado. Quien tiene un diamante heredado, además de no ser experto, piensa que el valor sentimental está por encima del precio, pero debe saber valorar la gema que ha pasado a ser parte de su patrimonio.

El heredero debe tener en cuenta que los brillantes se revalorizan con el paso de los años ya que su valor va incrementándose al ser un bien natural escaso y difícil de conseguir. Por este motivo, ser propietario de una pieza valiosa supone una inversión ideal en el caso de que quiera vender el diamante en el futuro.

Sin duda, la calidad es la base para saber el valor real de un diamante y para determinarla es requisito imprescindible contar con un certificado de diamante o informe gemológico con las principales características de calidad:

  • Peso. Se mide en quilates, cada uno equivale a 0,2 gramos y lógicamente su valor es proporcional a su tamaño.
  • Color. Dentro de los diamantes blancos son más valiosos cuanto más incoloros sean y de ahí su valor se va degradando según se acerque a tonos amarillentos o marrones.
  • Pureza. La ausencia de impurezas o imperfecciones determina una mayor claridad del brillante y por lo tanto una mayor belleza.
  • Talla. Sus cualidades reflectoras y su brillantez depende en buena parte de su simetría, proporciones y pulido final, por lo que los mejor trabajados serán más atractivos.

En definitiva, tener en cuenta estas cualidades es determinante para saber la importancia del diamante heredado, aunque su nuevo propietario debe tener en cuenta que si se ha conservado bien, su valía será mayor a la que tenía cuando fue adquirido.